La siguiente pieza forma parte, como coautoría, del libro titulado «LETRAS DE TENANCINGO», editado y compilado como una idea original de la artista plástica Gloria Temblador Alcocer, y dignamente logrado por la Editorial Diana, a cargo del Licenciado Héctor Gordillo Camacho, en Tenancingo, Estado de México en marzo de 2015, espero que lo disfruten:
ANDARES POR TENANCINGO.
(Un levísimo recuerdo de mi infancia)
Por Lic. Sergio Gerardo Varela Maya.
Le llegó de golpe la modernidad y el progreso.
Y no estaba preparada para ello. Eran los inicios de la década de los setentas. El nombre de Carlos Hank González retumbaba por todo el Estado de México; industria, comunicaciones, suficiencia alimentaria, mecanización del campo; los anhelos eran de progreso y modernidad, él representaba eso…y más.
Para la Ciudad de Tenancingo se reservaba algo mejor: ser el modelo de la provincia mexicana.
Bajo la decidida mano de Hank y el reducido cabildo de la época, las calles fueron alineadas, se introdujeron sistemas de drenaje y agua potable, se sustituyeron postes de cableado eléctrico de tres endebles tubos de metal por robustos postes de concreto y se cambiaron sencillos focos incandescentes por lámparas de fría luz mercurial –muy potentes para la época- que iluminaban las calles. ¡Cuántos cambios! Las casas tenían un farolito de herrería artística en cada una de sus puertas exteriores y la nomenclatura iba desde el número cien en plaquitas de madera en bajorrelieve. Todas las casa fueron pintadas de blanco, alternadamente los guardapolvos daban el toque colonial: rojo óxido y azul colonial; las puertas, fueran metálicas o de madera invariablemente de negro mate. Las calles fueron uniformemente pavimentadas. Los chicos nos asustábamos primero, y luego nos divertíamos viendo cómo operaban las vibro-compactadoras y sentir el movimiento intenso bajo nuestros pies. El ir y venir de las petrolizadoras y de los ingenieros con sus teodolitos y estadales le daban un aire de agitación a la ciudad.
El mercado Rivapalacio albergaría prácticamente a todos los comerciantes del sector y en tanto se edificaba, mercado y tianguis se colocaba los días domingos y jueves a lo largo de la calle Madero. Contaría con tomas de agua para emergencias, pequeños lavaderos y baños higiénicos, sin faltar la energía eléctrica, conductos de gas seguros; y lo más importante, el sabor propio de Tenancingo.
Tenancingo quedó muy bonito, ¡digno de salir en la tele o en las películas! Si así, ya la ciudad había sido escenario de la Fotonovela “Linda”, ahora podría ser un gran foro para “Nuestra Gente” del Canal 4 o de “La Vida Cambia”, para la pantalla de plata.
Hank González lo logró. Los nombres de Fernando Mendoza Galindo y Ricardo Millán Suárez indefectiblemente se asocian a ésta etapa de fulgurante presencia de Tenancingo. Lugar donde surge la música con su Rondalla Tenancingo y el Trío de los Peña (Embajadores), la inspiración de José Silva, el colorido de José Hernández Delgadillo y Gloria Temblador Alcocer; el “Obispo” de la Güera Guadarrama y de todos los tablajeros: los Castro, los Flores (cómo olvidar los gritos fuertes y muy madrugadores de Luisita Lara a sus hijos Raymundo, Germán Mayolo y Beto Flores Lara para que se levantaran a preparar sus productos cárnicos), los taquitos dorados de Reyna; la chireta en el puesto de tacos de Emilita; los chirriantes pero fervorosos cantos religiosos de Ferminita; los deliciosos “chamois” de Praxe a la salida del Guadalupano; la siempre distinguida y amable presencia del excelente médico y humanista Don Genaro Díaz Mañón y sus colegas Ernesto Marín, Delfino Luna, Marcos Valero, Alfonso Heras, Gerardo Ford, Marcos Cartagena –y sus famosos chiles en vinagre MG que él mismo preparaba y comercializaba- junto a ellos lógicamente estaban las boticas de Don Mateíto Castañeda y Teresita Fuentes y sus fórmulas magistrales; la de Samuel Chávez, Alcira Víquez, y la de Juan Segura, que cuando no estaba en su negocio andaba a altas velocidades en su bicicleta, enseñando y entrenando a noveles ciclistas…
Diariamente era imprescindible voz del cantor y organista de la Parroquia de San Francisco y también eterno profesor de música de muchísimas generaciones en el Guadalupano, en la José María Ríos y en la 168, la Fernández Albarrán: Álvaro López Vásquez; la amplísima confianza y rectitud era lo que generaba que Luis Vásquez Domínguez entrara a lo más íntimo de nuestros hogares con los tanques de gas y de igual forma, la seriedad en el trato y seguridad de Sadot Sadit Garduño, exmarino –según él contaba- y eso sí, rápido, confiable y profesional cerrajero; así como las cuentas claras de los impuestos si el contador era Emiliano Guardián. Quien nos calzaba con lo más moderno de la época era Jesús Maya Flores o nos confeccionaba los huaraches de “tres correones” durables y bien hechos, indumentaria que se completaba con los trajes cortados por Clemente Duarte Estrada, afamado sastre de Tenancingo y después empresario hotelero en Tijuana, B.C. La confianza que tenían los campesinos en las sencillas pero efectivas fórmulas para atacar plagas y mejorar siembras que generosamente obsequiaba el ingeniero agrónomo Roberto Varela Antillón y las novedades en semillas mejoradas que vendía un refugiado español, Don Felipe Chavarría. Al transitar por las calles de la ciudad eran igualmente reconocidas y respetadas la eterna catequista del pueblo, la señorita Carmelita Guadarrama; las Madres Zenaida Serratos y Jovita –también lo eran la Seño Gude y la Seño Lore- del Kínder del Guadalupano, o bien, la Madre Milagros, enfermera y mujer de todas las confianzas del Director del Hospital Civil, el ya citado Doctor Mañón; todavía por aquella época, otra recia figura que imponía por su integridad moral y autoridad religiosa era el párroco Carlos González Anaya, sucedido por el padre José Reyes Quiroz.
Eran los tiempos en que para imponer respeto sólo bastaba la presencia del comandante de la policía municipal Donato Juárez Bustos o Gilberto Durán Sánchez, o para que no hubiera embotellamientos de tráfico estaban los oficiales de tránsito Padilla y el “Palillo” Quiñones. Pero que tráfico podía haber en Tenancingo si sólo había dos pequeños sitios de taxis –el Morelos y el Lerdo-, y sus dueños y/o choferes eran Don Toño Jardón o Saúl Mejía. Todos respetábamos también al Mayor Campista, el delegado de Transito; las largas filas de coches –cinco o seis- eran porque iba conduciendo lentamente José “el conejo” Arenas Sotelo promocionando la cartelera del cine Palacio o porque se estaba descargando el camión con materiales para construcción de Andrés Vásquez.
La historia y tradiciones de Tenancingo la tenían al dedillo el arqueólogo Horacio Corona Olea, Manuel del Valle (siempre y cuando no se le apagara el cigarro o se le cayera la ceniza) y Máximo Jiménez Rodríguez, quien tenía un impresionante bagaje oral, más amplio y preciso que cualquier cronista municipal actual: en esta etapa de vida los tenderos son importantes: sin duda don Pascual Garcés Pacheco y sus hijos Erasto, Jorge y Gabriel fueron determinantes en el comercio; cómo olvidar la tienda de Teresita Velásquez y sus cubos de azúcar y piloncillos, pasando por los envueltos de a centavo de galletas Marias -y te daban como medio kilo en papel de estraza-, la de las Tres Hermanas y sus dulces llamados “lagrimitas”, sin olvidar La Ideal, de Don Felipe Sánchez Franco, atendida por Don Lucas Suárez, quien hacía unos sándwiches deliciosos casi al momento de irlos ordenando…y así también era obligado ir a comprar los chiles chipotles con Evita Sánchez para hacerse una semita con queso fresco, frijolitos refritos….la semita la íbamos a comprar a la panadería La Japonesa, con Las Morenas o Los Grandotes y si queríamos ver una auténtica boina vasca, íbamos a la panificadora en donde siempre estaba Don Juvenal Palacios, quien la lucía con singular donaire. Y ya entrados en cuestiones de comida, como evitar no pasar por un juguito de naranja o un licuado en el restaurante Las Vitaminas, El Flamingo Rosa, o los de los hoteles Jardín (Casajuana) y el San Carlos (antes de su pavoroso incendio: accidental o provocado, misterio que perdura), la Posada del Indio, el Merendero de José Manuel de la Peña y su eterna encargada doña Pánfila; el Café Colón de Abel Tapia Alvarado y su esposa Lolita García, hija por cierto de Don Salvador García, dueño de la tienda de ropa tal vez más grande de la época, Novedades Aurorita. Los antojos se saciaban con los jamoncillos de leche que por las tardes elaboraba tras su mostrador Don Bardo(miano Vásquez) o las leches quemadas en cascara de naranja y la gelatinas de jerez que a paso lento iba vendiendo casa por casa Héctor Rosales…Las papelerías más reconocidas y mejor surtidas con regalos, juguetes y artículos de mercería eran la de Lupita Jiménez y la del Señor Rubio, a ésta la recuerdo a unos pasos del acceso norte a la Parroquia de San Francisco sobre la calle de Madero, y posteriormente en la calle mejor conocida como La Calzada, hoy Pablo González Casanova, a unos pasos de La Casita, negocio del arquitecto Ángel Domínguez en donde se vendía petróleo para las estufas o para los quinqués, así como los combustibles para los boilers de leña…Esas corridas de toros en donde participaban sin sonrojo los miembros del cabildo, encabezados por el Presidente Municipal, quien partía plaza; y la voz estentórea e ingeniosa del Pata de Ala gritaba a voz en cuello que sacaran a la zota de bastos…y si…le dieron cabildazo…No había contaminación, más que aquella que causaba el Nerón, el dócil caballo de Don Trinidad Aguirre y su esposa Doña Chinta Gordillo, en el que diariamente repartían la leche para la chiquillada de la Ciudad. Antes los vecinos, no salían de sus casas sin que previamente barrieran su pedazo de frente a la vía publica, el acabose llegó cuando apareció una gigantesca, aparatosa y cuestionada barredora mecánica y las “pipas” de la basura, de eso probablemente no haya fotografías muy elocuentes, pues habían pocos fotógrafos y menos estudios: Fernando Zepeda, el señor Oscós y El Chino…Si, en muy pocos años Tenancingo cambió completamente su fisonomía, se modernizó, fue haciéndose más complejo; su gente quizá cambió, sin perder su bonhomía en tanto pudiera tener una nieve de limón de Don Pedro, unas tortillas calientes de Doña Rafa o una tardeada juvenil –de cinco a siete de la tarde, máximo hasta las ocho de la noche- con sinfonola de la Nevelandia, con el aprendizaje académico en el Pío Gregoriano o en la Miguel Hidalgo del profesor Rafael Guadarrama, y en la polifacética Revolución –escuela, en algún tiempo amplio salón de baile y deportivo), así como la hidalguía de los Profesores Pablo Barrera, Baldomero Álvarez Bernal, Juan García Gutiérrez o de Don Ernesto Haro Cabrera, el casamentero de la época y de los notarios públicos Antonio Monroy Robles, Jorge Lara Gómez y Melchor Dávila González, todos ejerciendo a la vez las funciones de Juez y Tenedor del Registro Público de la Propiedad, apoyados siempre por Don Mardonio Trujillo y por María de Jesús Trujillo de P., “La Chata”.
En efecto, por Decreto y en los hechos Tenancingo tuvo el rango de Ciudad Típica.
Por ello, y como he dicho con mi propio sentimiento sin duda que “Tenancingo es un paraíso florido que se envuelve en rebozos de bolita.”